Jeffrey C. Alexander
La relación entre la ciencia social y los clásicos es una cuestión que plantea los
problemas más profundos, no solo en la teoría social, sino en los estudios culturales en
general. En el ensayo que sigue sostengo que los clásicos ocupan un lugar central en la
ciencia social contemporánea. Esta posición es discutida desde lo que, a primera vista,
parecen dos campos enteramente diferentes.
Entre los científicos sociales, por supuesto,
siempre ha existido escepticismo hacia los clásicos. En efecto, para los partidarios del
positivismo la cuestión misma de la relación entre la ciencia social y los clásicos lleva de
inmediato a otra, a saber, la de si debe existir alguna relación en absoluto.
¿Por qué habrían de recurrir a textos de autores muertos hace tiempo disciplinas que afirman estar orientadas hacia el mundo empírico y hacia la acumulación de conocimiento objetivo acerca ese
mundo empírico?
Según los cánones del empirismo, cualquier aspecto científicamente
relevante de dichos textos debería estar verificado e incorporado a la teoría contemporánea
o falsado y arrojado al cubo de basura de la historia.
Sin embargo, no son solo los positivistas duros quienes argumentan en contra de la
interrelación entre la interpretación de los clásicos y la ciencia social contemporánea;
también se oponen a ella los humanistas. Recientemente se ha planteado un poderoso
argumento en contra de la introducción de problemas contemporáneos en la consideración
de los textos clásicos. Los textos clásicos, se afirma (p. ej., Skinner: 1969), han de
considerarse enteramente desde un punto de vista histórico. Esta posición historicista
respecto a los clásicos converge con la empirista en la medida en que ambas se oponen a
que los problemas de la ciencia social contemporánea se mezclen con la discusión de los
textos históricos.
Por tanto, para responder a las preguntas que conciernen a la relación entre la
ciencia social y los clásicos debemos considerar cuál es exactamente la naturaleza de la
ciencia social empírica y qué relación guarda con las ciencias naturales. Debemos
considerar así mismo qué significa analizar los clásicos, y qué relación puede tener esta
actividad, supuestamente histórica, con los intereses del conocimiento científico
contemporáneo.
Pero antes de continuar con estas cuestiones quiero proponer una definición clara de
la que es un clásico. Los clásicos son productos de la investigación a los que se les concede
un rango privilegiado frente a las investigaciones contemporáneas del mismo campo.
El
concepto de rango privilegiado significa que los científicos contemporáneos dedicados a
esa disciplina creen que entendiendo dichas obras anteriores pueden aprender de su campo
de investigación tanto como puedan aprender de la obra de sus propios contemporáneos.
La
atribución de semejante rango privilegiado implica, además, que en el trabajo cotidiano del
científico medio esta distinción se concede sin demostración previa; se da por supuesto que,
en calidad de clásica, tal obra establece criterios fundamentales en ese campo particular. Es
por razón de esta posición privilegiada por lo que la exégesis y reinterpretación de los
clásicos -dentro o fuera de un contexto histórico- llega a constituir corrientes destacadas en
varias disciplinas, pues lo que se considera el «verdadero significado» de una obra clásica
tiene una amplia influencia. Los teólogos occidentales han tomado la Biblia como texto
clásico, como lo han hecho quienes ejercen las disciplinas religiosas judeo-cristianas. Para
los estudiosos de la literatura inglesa, Shakespeare es indudablemente el autor cuya obra encarna los cánones de su campo. Durante quinientos años, a Platón y Aristóteles se les
otorgó el rango de clásicos de la teoría política.
La crítica empirista a la centralidad de los clásicos
Las razones por las que la ciencia social rechaza la centralidad de los clásicos son
evidentes. Tal como he definido el término, en las ciencias naturales no existen en la
actualidad «clásicos». Whitehead (1974, p. 115), sin duda uno de los más sutiles filósofos
de la ciencia de este siglo, escribió que «una ciencia que vacila en olvidara sus fundadores
está perdida». Esta afirmación parece innegablemente cierta, al menos en la medida en que
ciencia se toma en su sentido anglo-americano, como equivalente de Naturwissenschaft.
Un
historiador de la ciencia observó que «cualquier estudiante universitario de primer año sabe
más física que Galileo, a quien corresponde en mayor grado el honor de haber fundado la
ciencia moderna, y más también de la que sabía Newton, la mente más poderosa de todas
cuantas se han aplicado al estudio de la naturaleza» (Gillispie: 1960, p. 8).
El hecho es innegable. El problema es: ¿qué significa este hecho?
Para los
partidarios de la tendencia positivista, significa que, a largo plazo, también la ciencia social
deberá prescindir de los clásicos; a corto plazo, tendrá que limitar muy estrechamente la
atención que se les preste. Solo habrá de recurrirse a ellos en busca de información
empírica. La exégesis y el comentario -que son características distintivas de este status
privilegiado- no tienen lugar en las ciencias sociales.
Estas conclusiones se basan en dos
supuestos.
El primero es que la ausencia de textos clásicos en la ciencia natural indica el
status puramente empírico de estas; el segundo es que la ciencia natural y la ciencia social
son básicamente idénticas. Más adelante sostendré que ninguno de estos supuestos es
cierto. Pero antes de hacerlo examinaré de forma más sistemática el argumento empirista
inspirado en ellos.
En un influyente ensayo que se publicó por vez primera hace cuarenta años, Merton
(1947, reimpreso. en 1947 , pp. 1-38) criticaba lo que llamaba la mezcla de historia y
sistemática de la teoría sociológica. Su modelo de teoría sistemática eran las ciencias
naturales, y consistía, según parece, en codificar el conocimiento empírico y construir leyes
de subsunción.
La teoría científica es sistemática porque contrasta leyes de subsunción
mediante procedimientos experimentales, acumulando continuamente de esta forma
conocimiento verdadero.
En la medida en que se dé esta acumulación no hay necesidad de
textos clásicos. «La prueba más convincente del conocimiento verdaderamente
acumulativo», afirma Merton, «es que inteligencias del montón pueden resolver hoy
problemas que, tiempo atrás, grandes inteligencias no podían siquiera comenzar a
resolver». En una verdadera ciencia, por tanto, «la conmemoración de los que en el pasado
hicieron grandes aportaciones está esencialmente reservada a la historia de la disciplina»
(Merton: 1967a, pp. 27-8).
La Investigación sobre figuras anteriores es una actividad que
nada tiene que ver con el trabajo científico. Tal investigación es tarea de historiadores, no
de científicos sociales. Merton contrasta vívidamente esta distinción radical entre ciencia e
historia con la situación que reina en las humanidades, donde «en contraste manifiesto, toda
obra clásica -todo poema, drama, novela, ensayo u obra histórica- suele seguir formando
parte de la experiencia de generaciones subsiguientes» (p. 28).
Aunque Merton reconoce que los sociólogos «están en una situación intermedia
entre los físicos y biólogos y los humanistas», recomienda con toda claridad un mayor
acercamiento a las ciencias naturales. Invoca la confiada afirmación de Weber de que «en la ciencia, todos nosotros sabemos que nuestros logros quedarán anticuados en diez, veinte, cincuenta años», y su insistencia en que «toda [contribución] científica invita a que se la "supere" y deje anticuada» (Merton: 1967a, pp. 28-9).
Que cincuenta años después de la muerte de Weber ni sus teorías sociológicas ni sus afirmaciones sobre la ciencia hayan sido en realidad superadas es una ironía que Merton parece pasar por alto; al contrario, insiste en que si bien es posible que la sociología ocupe de hecho una situación intermedia entre las ciencias y las humanidades, esta situación no debe considerarse normativa. «Los intentos de mantener una posición intermedia entre orientaciones humanistas y científicas suelen tener como resultado la fusión de la sistemática de la teoría sociológica con su historia», una mezcla que, para Merton, equivale a hacer imposible la acumulación de conocimiento empírico. Desde el punto de vista de Merton, el problema es que los sociólogos están sometidos a presiones opuestas, una posición estructural que suele producir una desviación de las líneas de conducta legitimas. La mayoría de los sociólogos sucumben a estas presiones y desarrollan líneas de conducta desviadas. «Oscilan» entre la ciencia social y las humanidades; solo unos pocos pueden «adaptarse a estas presiones desarrollando Una línea de conducta enteramente científica» (Merton: 1967a, p. 29).
Es esta desviación (el término es mío, no de Merton) de la línea de conducta científica lo que produce lo que Merton denomina «tendencias intelectualmente degenerativas», tendencias que mezclan la vertiente sistemática con la histórica. El intento de elaborar lo que podría llamarse «sistemática histórica» es degenerativo porque privilegia -precisamente en el sentido que he definido un «clásico»-las obras anteriores. Encontramos «reverencia» por «ilustres antecesores» y un énfasis en la «exégesis» (1967a, p. 30). Pero lo peor es que se da preferencia a la «erudición frente a la originalidad», ya que aquella es importante para comprender el significado de obras anteriores, con frecuencia difíciles.
Merton no caracteriza como interpretación la investigación erudita de los textos clásicos.
Hacerlo supondría, pienso, que tal investigación contiene un elemento teórico «creativo» (en oposición a «degenerativo) en el sentido científico contemporáneo. La «generatividad» contradiría esa actitud servil hacia obras anteriores que Merton cree inherente a la investigación histórica de los textos clásicos, pues piensa que en estas actitudes se da una «reverencia acrítica» y no simple reverencia1. La interpretación y creatividad que implica contradirían también la epistemología mecanicista en que se basan sus argumentos. Para Merton, lo único que hace la sistemática histórica es ofrecer a los contemporáneos espejos en los que se reflejan los textos anteriores. Estos son «resúmenes críticos», «mero comentario», «exégesis totalmente estériles», «conjunto[s] de sinopsis críticas de doctrinas cronológicamente ordenada[s]» (1967a, pp. 2, 4, 30,35; cfr. p. 9). Merton insiste en que los textos anteriores no deberían ser considerados de esta forma tan «deplorablemente inútil». Ofrece dos alternativas, una desde la perspectiva sistemática, otra desde el punto de vista de la historia. Afirma que, desde la perspectiva de la ciencia social, los textos anteriores no deben tratarse como clásicos, sino atendiendo a su utilidad. Es cierto que la situación actual no es la ideal: no se ha dado el tipo de
1 Debe distinguirse tajantemente este tipo de actitud hacia los autores clásicos, tan servil y degradante -la cita completa reza así: cuna reverencia acrítica hacia casi cualquier afirmación de antecesores ilustres (Merton: 19 67, p. 30)- de la deferencia y del status privilegiado que corresponde a los clásicos según la definición que he ofrecido arriba. Más adelante sostendré que, si bien la deferencia define la actitud formal, la crítica continua y la reconstrucción constituyen la auténtica esencia de la «sistemática histórica». El extremismo de Merton a este respecto es típico de quienes niegan la relevancia de la investigación de los clásicos en la ciencia social, pues presenta estas investigaciones a una luz anticientífica, acrítica.
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