Universidad de Columbia
Las investigaciones por las que George Akerlof, Michael Spence y yo mismo hemos sido premiados forman parte de un programa de investigación más amplio, que en la actualidad incluye a un gran número de investigadores de todo el mundo. El objetivo de este artículo es situar dichas investigaciones dentro de ese conjunto más amplio y, a su vez, dicho conjunto dentro de la todavía más amplia perspectiva de la historia del pensamiento económico. En esta conferencia Nobel espero mostrar que la economía de la información representa un cambio fundamental en el paradigma vigente de la ciencia económica. El planteamiento de Adam Smith (1776) de que los mercados libres llevan a resultados eficientes, “como si de una mano invisible se tratase”, ha tenido un papel central en muchos debates. De dicho razonamiento se derivaba la idea de que, en general, podríamos, confiar en los mercados sin intervención pública (o, como mucho, con una intervención limitada del gobierno). El conjunto de ideas que presentaré en esta conferencia minaron la teoría de Smith y la visión del papel del gobierno que se apoyaba en ella. Las ideas y los modelos aquí expuestos han resultado útiles, no solamente en el tratamiento de cuestiones filosóficas generales, como el papel apropiado del estado, sino también en el análisis de cuestiones de política concretas (por ejemplo, la gestión de la crisis de Asia Oriental o la transición al mercado de los antiguos países comunistas). En los últimos tiempos, he centrado mi trabajo en algunos aspectos de lo que se podría llamar la economía política de la información: el papel de la información en los procesos políticos y la toma colectiva de decisiones. Hay asimetrías de información entre los que gobiernan y los gobernados y, del mismo modo que los participantes en los mercados se esfuerzan por superar las asimetrías de información, necesitamos encontrar métodos mediante los cuales puedan limitarse dichas asimetrías en los procesos políticos y puedan mitigarse sus consecuencias.
Palabras clave: Conferencia Nobel, economía de la información, información asimétrica, el papel del estado, la economía política de la información.
(*) Este artículo es una versión revisada del discurso pronunciado por Joseph E. Stiglitz en Estocolmo, el 8 de diciembre de 2001, cuando recibió, junto con G. Akerlof y M. Spence, el Premio Nobel de Economía (Premio en Ciencias Económicas del Banco de Suecia, creado en Memoria de Alfred Nobel). El artículo es copyright © de la Fundación Nobel 2001 y se publica en RAE Revista Asturiana de Economía gracias a la autorización de la Fundación Nobel y con el consentimiento del profesor Stiglitz. La traducción ha sido realizada por Paul Barnes y la revisión técnica corresponde al profesor Cándido Pañeda Fernández.
Las investigaciones por las que George Akerlof, Michael Spence y yo mismo hemos sido premiados forman parte de un programa de investigación más amplio, que en la actualidad incluye a un gran número de investigadores de todo el mundo. El objetivo de este artículo es situar dichas investigaciones dentro de ese conjunto más amplio y, a su vez, dicho conjunto dentro de la todavía más amplia perspectiva de la historia del pensamiento económico. Espero mostrar que la economía de la información representa un cambio fundamental en el paradigma vigente de la ciencia económica.
La economía de la información ha tenido ya un profundo efecto respecto a cómo pensamos acerca de la política económica y es probable que tenga una influencia aún mayor en el futuro. Los principales debates de política que se han producido durante las últimas dos décadas se han centrado en torno a las cuestiones, vinculadas entre sí, correspondientes a la eficiencia de la economía de mercado y a la relación apropiada entre mercado y estado. El planteamiento de Adam Smith (1776) de que los mercados libres llevan a resultados eficientes, “como si de una mano invisible se tratase”, ha tenido un papel central en estos debates. De dicho razonamiento se derivaba la idea de que, en general, podríamos, confiar en los mercados sin intervención pública (o, como mucho, con una intervención limitada del gobierno). El conjunto de ideas que presentaré aquí minaron la teoría de Smith y la visión del papel del gobierno que se apoyaba en ella. De ellas se podría deducir que la razón por la cual “la mano” puede ser invisible es que sencillamente no esta ahí –o, por lo menos, que si está ahí, está paralizada.
Cuando, hace unos 41 años, comencé a estudiar economía, me llamó la atención la incongruencia entre los modelos que me enseñaban y el mundo que había visto mientras me criaba en Gary, Indiana. Gary, que fue fundada en 1906 por la U.S. Steel, y que lleva el nombre del Presidente del Consejo de Administración, se ha quedado en una mera sombra de lo que era. Pero aún en su apogeo, padecía pobreza, periodos de elevado desempleo y una gran discriminación racial. Sin embargo, las teorías económicas que nos enseñaban prestaban poco atención a la pobreza, decían que todos los mercados se equilibraban –incluido el mercado de trabajo, con lo que el desempleo no era sino un fantasma– y afirmaban que el móvil del beneficio garantizaba que no habría discriminación económica (Gary Becker, 1971). Como estudiante de postgrado, estaba decidido a tratar de crear modelos cuyas hipótesis –y conclusiones– reflejaran mejor el mundo que yo veía, con todas sus imperfecciones.
Mis primeras visitas al mundo en desarrollo en 1967, y una estancia más prolongada en Kenia en 1969, me causaron una impresión indeleble.
Los modelos de mercados perfectos, por muy limitados que pudieran ser para Europa o América, parecían realmente inadecuados para estos países.
Entre los muchos supuestos claves que se incluían en el modelo de equilibrio competitivo que parecían no ajustarse bien a estas economías, me llamaron especialmente la atención los relacionados con las imperfecciones de la información, la ausencia de mercados y la omnipresencia y persistencia de unas instituciones aparentemente disfuncionales, como la aparcería. Mientras crecía, había visto desempleo cíclico –a veces bastante grande– y las penurias que traía, pero no había visto el desempleo masivo que caracterizaba a las ciudades africanas, un desempleo que no podía explicarse ni por los sindicatos ni por las leyes de salario mínimo (que, aún en el caso de existir, se burlaban sistemáticamente). De nuevo, existía una gran discrepancia entre los modelos que nos habían enseñado y lo que yo veía.
En contraste, las ideas y los modelos que plantearé aquí han resultado útiles, no solamente en el tratamiento de cuestiones filosóficas generales, como el papel apropiado del estado, sino también en el análisis de cuestiones de política concretas. Por ejemplo, creo que algunos de los grandísimos errores que se han tenido en cuestiones de política en la pasada década respecto a, por ejemplo, la gestión de la crisis de Asia Oriental o la transición al mercado de los antiguos países comunistas podrían haberse evitado si hubiera habido un mejor conocimiento de cuestiones –tales como estructura financiera, quiebra y gobernabilidad de la empresa– resaltadas por la nueva economía de la información. Algo similar se puede decir de las denominadas políticas del “consenso de Washington”1, que han predominado en las instituciones financieras internacionales durante el último cuarto de siglo, las cuales se han basado en políticas de mercado fundamentalistas, que se olvidaban de las cuestiones teóricas de la información; ello explica, al menos en parte, su fracaso en general. La
información influye en la toma de decisiones en todos los contextos –no sólo dentro de las empresas y los hogares. En los últimos tiempos, como indico más adelante, he centrado mi trabajo en algunos aspectos de lo que se podría llamar la economía política de la información: el papel de la información
en los procesos políticos y la toma colectiva de decisiones. Hay asimetrías de información entre los que gobiernan y los gobernados y, del mismo modo que los participantes en los mercados se esfuerzan por superar las asimetrías de información, necesitamos encontrar métodos mediante los cuales puedan limitarse dichas asimetrías en los procesos políticos y puedan mitigarse sus consecuencias.
1. EL MARCO HISTÓRICO
En esta ocasión no pretendo hacer un repaso detallado de los modelos que se construyeron con el fin de analizar el papel de la información; en los últimos años se han publicado artículos de revisión y ensayos interpretativos, incluso varios libros relacionados con este campo.2 Sí deseo resaltar algunos de los grandes impactos que la economía de la información ha tenido sobre la forma en la que se aborda la ciencia económica hoy día, cómo ha proporcionado explicaciones para fenómenos que no tenían explicación previamente, cómo ha modificado nuestra visión respecto al funcionamiento de la economía y, tal vez más importante, cómo ha llevado a un replanteamiento del papel apropiado del gobierno en nuestra sociedad. Al describir las ideas, quiero esbozar algunos de sus orígenes. En buena medida, estas ideas se desarrollaron partiendo de los intentos de responder a cuestiones concretas relacionadas con las políticas o para explicar fenómenos específicos para los que la teoría convencional no proporcionaba una explicación adecuada. Pero cualquier disciplina tiene vida propia, un paradigma dominante, con sus hipótesis y convenciones. Gran parte del trabajo se derivó del intento de explorar los límites de ese paradigma –para averiguar en qué medida los modelos convencionales podrían tratar los problemas relacionados con las imperfecciones en la información (que resultó ser no muy bien).
Durante más de 100 años, la modelización formal de la ciencia económica se había centrado en modelos en los que se suponía que la información era perfecta. Por supuesto, todo el mundo reconocía que en realidad la información era imperfecta, pero, siguiendo la máxima de Marshall “Natura non facit saltum”, se confiaba en que las economías en las que la información no fuera demasiado imperfecta se parecieran mucho a las economías en las que la información era perfecta. Uno de los principales resultados de nuestro trabajo fue mostrar que esto no era cierto; que incluso una cantidad pequeña de imperfección en la información podría tener un efecto profundo sobre la naturaleza del equilibrio.
Los creadores del modelo neoclásico, el paradigma económico reinante en el siglo XX, se olvidaron de las advertencias de los maestros del siglo XIX e incluso anteriores respecto a cómo podrían alterar sus análisis las cuestiones relacionadas con la información –tal vez porque no pudieron ver la forma de incorporarlas en sus modelos aparentemente precisos, quizás porque hacerlo les hubiera llevado a unas conclusiones incómodas acerca de la eficiencia de los mercados. Por ejemplo, Smith, anticipando debates posteriores sobre la selección adversa, escribió que conforme las empresas incrementan los tipos de interés, los mejores prestatarios abandonan el mercado.3 Si los prestamistas conocieran totalmente los riesgos asociados con cada uno, esto importaría poco; se le cobraría a cada prestatario la prima de riesgo apropiada. Justamente porque los prestamistas no conocen las probabilidades de mora de los prestatarios es por lo que este proceso de selección adversa tiene unas consecuencias tan importantes.
Ya he apuntado que algo estaba mal –de hecho muy mal– en los modelos de equilibrio competitivo que representaban el paradigma imperante cuando éramos alumnos de postgrado. El paradigma parecía decir que el desempleo no existía, y que las cuestiones de eficiencia y equidad podrían separarse claramente, con lo que los economistas podrían dejar a un lado los problemas de desigualdad y pobreza mientras se ocupaban del diseño de sistemas económicos más eficientes. Pero más allá de estas conclusiones discutibles existían también una gran cantidad de rompecabezas empíricos –hechos que resultaban difíciles de reconciliar con la teoría estándar, sistemas institucionales que se quedaban sin explicar. En microeconomía, había rompecabezas relacionados con las finanzas públicas, tales como que el hecho de que las empresas no parece que pongan en marcha acciones que minimicen sus obligaciones tributarias; paradojas del mercado de valores,4 como la volatilidad de los precios de los activos (Robert J. Shiller, 2000) y la muy reducida importancia de las acciones en la financiación de nuevas inversiones (Colin Mayer, 1990); y otras cuestiones importantes relacionadas con la conducta, tales como por qué las empresas responden a los riesgos de formas notablemente distintas de las que predice la teoría. En macroeconomía, los movimientos cíclicos de muchas de las variables agregadas claves resultaban difíciles de reconciliar
con la teoría convencional. Por ejemplo, si las curvas de oferta de mano de obra son muy inelásticas, tal como la mayor parte de los estudios sugieren (especialmente en el caso de los trabajadores menos cualificados), entonces las disminuciones en el empleo durante las fases descendentes del ciclo deberían ir acompañadas de grandes reducciones en el salario real, lo que no parece que suceda. Y si se cumplieran las hipótesis correspondientes a los mercados perfectos, aunque solo fuera de forma aproximada, los problemas causados por los movimientos cíclicos de la economía serían mucho menores de lo que parecen ser.5 Había, por supuesto, algunos intentos tolemaicos de defender y desarrollar el modelo vigente. Algunos autores, como George J. Stigler (1961), Premio Nobel en 1982, al mismo tiempo que reconocía la importancia de la información, señalaban que, una vez que los costes reales de la información se tuviesen en cuenta, los resultados estándar de la ciencia económica seguirían siendo válidos. La información era sencillamente un coste de transacción. Según el enfoque de muchos economistas de la Escuela de Chicago, la economía de la información se parecía a cualquier otra rama de la economía aplicada; una sólo tendría que analizar los factores particulares que determinaban la demanda y la oferta de información, tal y como podría analizar los factores que influían en el mercado del trigo. Para los que tuvieran inclinaciones matemáticas, la información podría incorporarse en las funciones de producción incluyendo una I para el input “información”, donde la I podría ser producida, a su vez, por inputs tales como la mano de obra. Nuestro análisis mostró que este enfoque era erróneo, al igual que las conclusiones que se derivaban
del mismo.
(4) Hubo tantos casos de este tipo que el Journal of Economic Perspectives tenía una columna regular en cada número resaltando estas paradojas. Para una revisión de otras paradojas, véanse Stiglitz (1973b, 1982d y 1989g).
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(1) Véanse John Williamson (1990) para una descripción y Stiglitz (1999c) para una crítica.
(2) Entre los artículos de revisión bibliográfica se incluyen Stiglitz (1975b, 1985d, 1987a, 1988b, 1992a y 2000d) y John G. Riley (2001). Entre otros libros, véanse Drew Fudenberg y Jean Tirole (1991), Jack Hirshleifer y Riley (1992) y Oliver D. Hart (1995).
(3) “Si el tipo legal ... se fijara tan alto ... la mayor parte del dinero disponible para el préstamo, se prestaría a despilfarradores y visionarios, los únicos que estarían dispuestos a pagar este interés más elevado. Las personas sensatas, las cuales sólo estarían dispuestas a dar por el uso del dinero una parte de lo que es probable que ganen con el mismo, no se aventurarían en la competición” (Smith, 1776). Véanse también Jean-Charles-Leonard Simonde de Sismondi (1815), John S. Mill (1848) y Alfred Marshall (1890), tal y como se les cita en Stiglitz (1987a).
(5) Robert E. Lucas, Jr. (1987), quien recibió el Premio Nobel en 1995, utiliza el modelo de mercados perfectos con un agente representativo para tratar de argumentar que estas fluctuaciones cíclicas tienen realmente unos costes relativamente bajos en términos de bienestar.
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