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sábado, 26 de octubre de 2013

La epistemología posmodernista y el paisaje económico

La epistemología posmodernista y el paisaje económico

El reto, sin embargo, no es justamente encontrar nuevas estructuras teóricas más apropiadas a las realidades de la economía cambiante, cualesquiera que sea la orientación de esas nuevas aproximaciones. También tiene que ver con la confrontación de la crítica posmoderna concerniente a la naturaleza de las explicaciones "adecuadas" y a las limitaciones de todos los esquemas conceptuales y teóricos. Si la naturaleza cambiante de la economía capitalista socavó la relevancia de las teorías dominantes en la economía y en la geografía económica, el posmodernismo ataca los fundamentos epistemológicos en que se basan tales teorías. Lo que se cuestiona en ciertas partes de la economía y de la geografía económica no es simplemente qué teoría, sino la idea misma de teoría.
El modernismo se basa en la creencia de que a través de la aplicación de la ciencia y la razón el mundo puede ser comprensible y controlable; que, subyacentes al caos y vaguedades de la vida social y económica, son detectables tendencias universales y comunalidades. El papel de la ciencia social es descubrir lo que subyace a la realidad externa: en esta forma el funcionamiento de la sociedad y de la economía puede ser racionalizado y manejado. El posmodernismo contradice esos planteamientos y esas ambiciones. En vez de eso, nosotros estamos urgidos de ver el mundo como una pluralidad de espacios y temporalidades heterogéneos, de diferencias y contingencias más que de similaridades y necesidades: complejidad, indeterminación, contextualidad e incertidumbre son la nuevas palabras claves. Dada su visión antiesencialista del mundo, la epistemología posmodernista lleva consigo el rechazo de las categorías totalizantes, de las grandes teorías, de las "metanarrativas" y de la explicación racionalista, y favorece el rico contexto micronarrativo, el conocimiento local y las explicaciones particulares. Esto implica el abandono del canon modernista de que la verdad objetiva es en principio alcanzable; es más, para los posmodernistas no hay una única o absoluta verdad, sino múltiples "verdades" e "historias" (ver Pignansi y Lawson, 1988). La tarea de la explicación es el análisis y la deconstrucción del discurso; la revelación de las estructuras discursivas, las creencias ideológicas y las estrategias textuales que usamos, consciente o inconscientemente, para establecer el contenido y los elementos persuasivos de nuestras diferentes demandas de conocimiento.
Todas estas ideas se juntan para atacar el edificio de la moderna economía y de la moderna geografía económica (ver McCloskey, 1986, 1988; Klamer et al., 1988; Phelps, 1990; Samuels, 1990; Ruccio, 1991). Primero, los posmodernistas han usado la crítica metodológica y epistemológica de los principales cánones y teorías modernistas, para atacar sus fundamentos científicos, esencialistas y verificacionistas. Segundo, han promovido un considerable interés por lo económico como discurso; en los sistemas de lenguaje, retórica y persuasión que despliegan los economistas en sus teorías, modelos y paradigmas. Y tercero, han comenzado a retar el contenido y las categorías centrales del objeto. Dentro de la geografía económica existe un interés creciente en los tropos metafóricos y las prácticas discursivas que permean las diferentes teorías y explicaciones del paisaje económico. Además, la expresión posmoderna en geografía económica está enraizada en la creencia de que uno de los hitos del nuevo capitalismo es la gran diversidad económica, social y espacial, y la amplia fragmentación que socavan la pretensión de una teorización general. La primacía que los posmodernos conceden a lo sincrónico y a lo espacial sobre lo diacrónico y lo temporal, y su priorización de lo fragmentado sobre lo general, ha sido aprovechada por algunos geógrafos para poner lo local y lo único (retroceso) en la agenda de investigación. La particularidad espacial, el contexto local y la especificidad del lugar ganan importancia como referentes analíticos de un nuevo enfoque de la "diferenciación areal" (ver Barnes, 1989; Cooke, 1986, 1989; Gregory, 1987; Soja, 1989; Society and Space, 1987).
Se tiene que decir, sin embargo, que gran parte del "pensamiento posmoderno" en economía y en geografía económica, se ha tratado más de un ejercicio de doxografía -la cita litúrgica de las opiniones e ideas de los filósofos franceses posmodernos llamados "calientes" (Foucault, Derrida, Lyotard, etc.), y de los alguna vez "fríos", pero ahora redescubiertos e igualmente "calientes", Wittgenstein y Nietzche- que de la construcción de una economía (Dow, 1990, 1991) o de una geografía económica identificables como "posmodernas" (Barnes y Curry, 1992). Esto no es una sorpresa, puesto que no existe una teoría social "posmoderna" coherente o consistente, ni un paradigma de este estilo que sirva de base para su construcción (Best y Jellner, 1991; Rose, 1991). Algunos teóricos posmodernos, como Lyotard y Foucault, apuntan al desarrollo de nuevas categorías de conocimiento y de nuevos y radicales modos de pensamiento y de discurso. Otras visiones de la epistemología posmoderna son esencialmente deconstruccionistas e intentan revelar las deficiencias de las teorías y las prácticas modernistas. Otros como Jameson y Harvey, utilizan la teoría modernista (especialmente el marxismo) para analizar y explicar las formas económicas, sociales y culturales posmodernas. Aunque los teóricos posmodernos han aportado luces importantes sobre las nuevas tecnologías, sobre el hiperconsumismo y sobre la mercantilización cultural e informacional que caracteriza al capitalismo de nuestro tiempo, éstos no proporcionan un análisis o conceptualización adecuados de la economía o de sus relaciones con el Estado y con la globalización. Al contrario, muchos de ellos desean descentrar el conjunto de la economía, con el propósito de enfocarse sobre los fenómenos micropolíticos y microculturales. No sorprende entonces que estos asuntos no hayan sido debatidos ni en economía ni en geografía económica (para el caso de la economía ver Cats, 1988; Maki, 1988; Rappaport, 1988; Rosemberg, 1988; en geografía ver Harvey, 1987; Harvey y Scott, 1989). Con todo, aunque los prospectos de una metodología posmoderna integrada o de una teoría dentro de la economía y de la geografía económica, sean considerados como limitados, si no autocontradictorios, existen, sin embargo, hechos dentro del debate posmodernista que tienen que ver tanto con la economía como con la geografía económica, que se resisten a su fácil rechazo o a su fácil incorporación en los paradigmas existentes. Tales hechos merecen discusión.
El primero es que el reto posmoderno nos compele a hacer un examen más crítico del significado de la "realidad económica" y de sus relaciones con los modelos teóricos y los discursos que usamos. Como modo de discurso, la geografía económica, como la economía sobre la que ésta se basa, está inexorablemente limitada por la estructura y el contenido de su lenguaje y por las visiones del mundo o ideologías que subyacen a los diferentes sistemas discursivos. El espacio económico se caracteriza por su gran complejidad, heterogeneidad y variabilidad. Esta diversidad permite múltiples interpretaciones y explicaciones. Como resultado existen múltiples especificaciones de "realidad" para escoger, y nuestra selección está profundamente influida por las disposiciones ideológicas y por las formaciones lingüísticas. Las ideologías, los sistemas de creencias con los cuales percibimos e interpretamos las estructuras que ordenan nuestras vidas, son "construcciones sociales" de la realidad. Ellas son las estructuras conceptuales con que se impone el orden, se legitima la moral y se comprende lo social (Heilbroner, 1990). La economía y la geografía económica son inexorablemente ideológicas. Las diferentes teorías se basan en diferentes sistemas de creencias, y como tales construyen diferentes imágenes o "lecturas" de la "economía".
Las diferentes aproximaciones usadas por los geógrafos económicos encarnan diferentes visiones del mundo con respecto al funcionamiento de la economía capitalista, la naturaleza del desarrollo desigual, el papel de la localización en la toma de decisiones económicas, y así sucesivamente. Gran parte del contenido "conceptual" de las diferentes explicaciones, está constituido por estrategias metafóricas y retóricas a través de las cuales se seleccionan ciertos aspectos de la realidad, en tanto que otros se ocultan. Además, nuestra elección de teoría está influida por nuestra ideología, que a su vez depende de nuestro lugar social dentro de la estructura que tratamos de conceptualizar.
El reconocimiento de este inextricable contenido ideológico de la geografía económica pone en duda la realidad "objetiva" del espacio económico. Esto nos obliga a reconocer la ambigüedad de nuestro objeto de investigación: que aunque el "espacio económico" es existencialmente independiente de cualquier investigador individual, nuestro conocimiento de éste es necesariamente constituido ideológica y discursivamente. Los hechos son discursos específicos. Aun si todos los economistas y geógrafos económicos fueran filosóficamente realistas y creyeran que lo real existe independientemente de la idea que tengamos de ello, todavía subsiste la necesidad de escoger entre especificaciones alternativas y competitivas de lo "real", y esas elecciones están profundamente influidas por nuestras predisposiciones ideológicas.
Esto implica que las disputas entre aproximaciones y explicaciones alternativas no se pueden resolver acudiendo simplemente a la demostración racional desde cada teoría, de acuerdo con su propia construcción de la realidad, con sus categorías empíricas predeterminadas, o "hechos", o con los criterios de prueba con que evalúan su validez. La elección entre escuelas de pensamiento que compiten, es entonces retórica e ideológica, y esos aspectos de nuestras teorías necesitan ser revelados y examinados críticamente. Construida como discurso, la geografía económica adquiere un elemento esencial interpretativo o hermenéutico. Sin embargo, todo esto no significa un refugio en un manicomio posmoderno de teorías o afirmaciones conflictivas e irreconciliables como las de la naturaleza del espacio económico y su explicación apropiada". Esto es algo que revela el papel central (y que a menudo ofusca) que juegan la ideología y las metáforas en nuestras explicaciones; pero no se puede colegir, como lo hace equivocadamente McCloskey (1986) en el caso de la economía, que debemos abandonar enteramente la epistemología y la metodología. El reconocimiento de la geografía económica como discurso y como ideología, debería dirigir la disciplina hacia su autoconciencia, pero no a su autodestrucción.
Un segundo hecho es que el posmodernismo dirige nuestra atención hacia el carácter inconcluso y relativo de nuestras explicaciones y análisis. El relativismo se refiere al punto de vista de que la verdad depende del paradigma -o de la teoría. Para el relativista no existe una estructura explicativa única, o monismo teórico, sino más bien una pluralidad no reductible de esquemas conceptuales y de paradigmas. Los posmodernistas, sin embargo, van más allá y empujan el relativismo a sus extremos: este no es decididamente de significados, y todo lo que es posible es una multiplicidad de conocimientos fragmentados, parcial e igualmente válidos. Dentro de la geografía económica, este énfasis posmodernista sobre el relativismo y el pluralismo ha emergido en el ataque a la teorización realista y en el enfoque sobre la particularidad espacial y la unicidad de lo local (ver Hudson, 1988). El problema con este punto de vista es que como comienza por legitimar su interés por la diversidad y la diferencia, puede fácilmente tornarse en un pluralismo nihilista que asume la contingencia en vez de la causalidad, y lo específico en lugar de lo sistemático. En tanto que es correcto resaltar la importancia de la diferencia y la especificidad en el espacio económico, no lo es deducir que la generalización y la síntesis están excluidas. Al suscribir lo contrario se corre el riesgo de devolverse desde la teoría a la descripción empirista que recita las características específicas de lo local, y de caer en una "plana ontología" del realismo (Bhaskar, 1990), de la clase que ha caracterizado en el pasado reciente la "investigación local" y de la que Harvey (1987) ha sido razonado crítico.
Es engañosa la impresión dada por el "relativismo radical" en geografía económica, de que la relevancia de la especificidad espacial, la particularidad y la diferencia, impone un severo, si no fatal, obstáculo a la posibilidad de aplicar conceptos explicativos integradores. Una posición posmoderna extrema que niegue la posibilidad de construir o utilizar conceptos generales para explicar la variación espacial de los procesos del desarrollo económico, podría ser contradictoria. Tal postura es equivalente a postular una "gran narrativa" alternativa o concepción general de la especificidad local de la lógica de la acumulación y de la producción económica, lo que implica una visión de por qué y cómo existe tal diversidad y especificidad espacial. Negar cualquier papel a la teoría generalizadora y a los conceptos, tal como Hudson y otros desean hacerlo, es argumentar que todos los eventos locales y los cambios en el espacio económico son en últimas contingentes y únicos: es abogar por un excepcionalismo espacial. Pero más allá de la simple aserción, sin alguna identificación anterior y una teorización de las estructuras y procesos a gran escala, a pesar de lo poco claras que puedan ser esas primeras teorizaciones, no existe una forma de saber qué constituye un proceso específicamente local, o cuándo y qué contingencias particulares se deben tomar en serio.
Aunque el nuevo relativismo es un agudo crítico del realismo, no es correcto afirmar que estas dos visiones epistémicas sean totalmente opuestas. A pesar de que en el análisis del paisaje económico el realismo involucra una concepción estructural de los mecanismos esenciales y las fuerzas causales, puede no existir el intento definitivo de fijar de una vez por todas la naturaleza de tales mecanismos y fuerzas. Además, los argumentos realistas son de carácter trascendental, y reconocen en la realidad tanto las características de la experiencia general como los aspectos de la acción humana. Los realistas aceptan la relatividad de todo conocimiento y la naturaleza diferenciada de los procesos reales. Los procesos económicos operan en una variedad de diferentes niveles de abstracción, lo que desde el punto de vista geográfico significa que operan a diferentes escalas espaciales. Así, la aproximación realista plantea que una pluralidad de niveles opera en el dominio socio-económico, y que en cada nivel están usualmente en juego un número de factores, procesos y mecanismos (Lawson, 1989).
Los eventos económicos locales son explicados, por lo tanto, en términos de la interacción y entrelazamiento entre lo localmente específico y las estructuras nacionales e internacionales más generales, y teniendo en cuenta que la importancia relativa y la interacción de esos diferentes dominios espaciales de fuerzas causales varían de un lugar o otro. Una pluralidad real necesita pluralismo conceptual, dada la naturaleza de la economía y la relatividad epistémica: No cabe esperar que ninguna teoría pueda "revelar" la compleja totalidad. En principio, esta aproximación evade las trampas del crudo y totalizante determinismo de un reduccionismo económico, y del incontrolado pluralismo del posmodernismo: combina la búsqueda de profundas estructuras explicativas con el reconocimiento de que tales explicaciones son, no obstante, diferenciadas de lugar a lugar. Epistemológicamente hablando, el relativismo debe ser abiertamente acogido por los teóricos realistas.
Una tercera e importante implicación del debate posmodernista, es que los eventos económicos son necesariamente contextuales, que están inmersos en estructuras espaciales de relaciones sociales, y que nuestras explicaciones debieran buscar explícitamente la incorporación de estos hechos. Las principales escuelas de teoría económica no tratan adecuadamente estos aspectos del contexto social y del ambiente. Al contrario, se ha radicalizado la afirmación de que la conducta económica se ha vuelto más autónoma con la marcha del industrialismo y la modernización (ver Granovetter, 1985). La teoría neoclásica representa un inequívoco modelo descontextualizado de producción y distribución económica, basado en la concepción de un actor de conducta económica atomizada. La economía política marxista, por otro lado, interpreta la acción económica en calidad de una mecánica y macroestructural lucha de clases, y relega las complejas especificidades del contexto socioinstitucional a la categoría de un mero epifenómeno. Y como ya se hizo notar, la teoría de la regulación, con su énfasis en el modo de regulación, no da una conceptualización adecuada de las estructuras institucionales y de los procesos. En la medida en que se ha intentado sensibilizar esta perspectiva teórica hacia las relaciones sociales y las condiciones institucionales, estas últimas son consideradas apenas como un producto de la economía que facilita su lógica y los imperativos del sistema.
Entre las diversas alternativas metodológicas que los geógrafos han sugerido recientemente para tratar con el contexto en el paisaje económico, la más importante es el modelo neoricardiano de Sraffia o modelo de la producción de mercancías (ver Barnes, 1989). Esta es una teoría no esencialista de la reproducción económica, que no se basa en el valor. Presenta la economía como un sistema circular en que cada estado en la producción de mercancías es producido por otras mercancías, sin que exista jamás una última fuente de valor. Como resultado "tenemos que aprender cómo las cosas son valoradas en diferentes lugares y en diferentes tiempos; debemos tener en cuenta el contexto" (Barnes, 1989: 145). De acuerdo con sus exponentes, esta aproximación permite a los geógrafos económicos examinar el contexto geográfico específico en el que se inscriben las condiciones de producción técnicas, sociales e institucionales. Esta dependencia del contexto, argumentan sus promotores, significa que el modelo de sraffiano es compatible con el pluralismo metodológico: en un contexto una aproximación estructuralista puede ser apropiada, en otro puede ser más relevante hacer énfasis en la acción humana, mientras que en otros, tanto la estructura como la acción humana pueden ser importantes. Sin embargo, en tanto que son laudables sus intenciones, la geografía económica sraffiana no ofrece las ventajas que sus protagonistas declaran. El argumento de que su fuerza se deriva más de lo que calla que de lo que dice, puede sonar contradictorio. Además de sus varios errores en la teorización de la producción económica (su falta de mecanismos económicos, un tratamiento simplista de la tecnología, su carencia de dinámica histórica, para mencionar apenas algunos), la relevancia del contexto socio-espacial solamente es evocada como un argumento explicativo extraeconómico adjunto.
Así que la construcción de una economía y de una geografía económica contextuales, en el que el ambiente socio-espacial tenga el papel central y no uno secundario y contingente, permanece como una tarea clave. La recientemente revivida y reformulada economía evolucionista vebleniana nos puede ofrecer algunas luces en esta dirección (ver Tool, 1988; Wisman y Rozansky, 1991; North, 1992). Esta aproximación -que no se debe confundir con la "nueva economía institucional" de inspiración neoclásica (ver Williamson, 1985; Eggertsson, 1990)- busca explícitamente integrar el análisis institucional en el estudio de la economía y su rendimiento. En el nivel más general, la opción neovebleniana propone una visión sistémica, holística y evolucionista de la economía, en la cual la tecnología es el motor de la evolución del cambio económico, la conducta humana es un producto social, las instituciones son las unidades básicas de análisis, y donde el contexto social se caracteriza por el poder, el conflicto y los intereses creados. Esta tendencia se enfoca sobre los procesos de cambio inherentes al conjunto de instituciones que llamamos el sistema económico, en el que por instituciones se entienden las formas de organización social que, a través de la operación de la costumbre, la tradición o los limitantes legales, tienden a crear patrones de conducta durables y rutinarios.
Metodológica y conceptualmente, la economía institucional es por naturaleza contextual, realista y relativista: las estructuras institucionales operan en una variedad de niveles, y varía e interactúa en diferentes formas a través del tiempo y del espacio. No es una teoría universal de las estructuras institucionales y su evolución, o de la conducta y el rendimiento de la economía, más cuando las explicaciones deben ser relativas a tiempo y lugar. Algunos han ido más lejos al plantear que dados esos atributos, ésta perspectiva es de un carácter intrínsecamente "posmoderno" (Browns, 1991). Ya sea que esta visión sea aceptada o no, la geografía económica se puede beneficiar si incorpora y adapta sus desarrollos.
Existen pocas dudas de que, de varias maneras, los "desafíos posmodernos" están haciendo que los geógrafos económicos se preocupen más por cómo deben explicar y teorizar. Si bien esto no proporciona de por sí una visión satisfactoria de la economía, ni una guía programática para la construcción de la economía o de la geografía económica, esto nos compele a darle mayor significancia epistemológica al carácter pluralista del espacio económico contemporáneo, no justamente en el sentido de reconocer la diversidad de sus formas superficiales, sino inclusive en el de incorporar explícitamente la diversidad en nuestras categorías conceptuales y modos de explicación. Esto también nos obliga a cuestionar la autoridad y la posición de nuestros conocimientos declarados. Todo el pensamiento económico es un poder que se usa para explicar, intervenir y perpetuar una esfera de la actividad social, que es en sí misma un sistema de relaciones de poder. Debemos hacernos sensibles a las políticas de inclusión, exclusión y centralización que permean nuestros intentos de modelar y representar la subsistencia de otros. Tanto la economía como la geografía económica, por ejemplo, continúan siendo dominadas por una visión del desarrollo capitalista angloamericana y centrada en la masculinidad. Con respecto a esos y otros asuntos debemos intentar descentrar nuestras estructuras teóricas y conceptuales.
TEORÍA ECONÓMICA Y GEOGRAFÍA HUMANA
Ron MARTIN

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